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No: No trato de exponer una sinopsis de una película de mi admirado Alejandro Amenábar. Son “otros”.
Me he hecho eco de una foto de mi amiga turaniana, (Roquetas de Mar), Patricia Osorio, donde expone que la desdicha de un niño de tres años Aylan Kurdi, muerto; mecido y acunado por las aguas del Mar Egeo, hiere sensibilidades pero que basta de lamentaciones y actuemos. Que la imagen es sobrecogedora pero hay otras cosas que hacer para que estos casos no se vuelvan a producir. Que la foto, ha conmovido al mundo pero ese mundo sigue y la emoción no nos puede dejar inactivos e iniciar un proceso para los que huyen del terror colectivo y resulta que se encuentran con otro terror que son las alambradas y las fronteras. Abdullah Habill “Huimos del terror y los Países occidentales, los están favoreciendo” Patricia, afirma que no son los “otros” Que son nuestros. Que son seres humanos, por lo tanto, nunca son ilegales.
Parece ser que la demagogia de nuestros gobernantes, guarda cierto equilibrio entre acusar a los otros o secundar su propia penitencia. Quizás por ello, olvidan la larga peregrinación del pueblo judío por los desiertos egipcios buscando la tierra prometida. Soslayan que el ser humano, siempre ha buscado su parcela para poder subsistir. No han llegado a discernir que el espíritu nace libre y es un halo, un aliento en su vida.
Nacen nuevas fronteras que nunca hemos conocido debido a las avalanchas de personas que intentan encontrar su parcela en un mundo donde pase de vasallo a ciudadano. Que arrastran a su prole a una orbe donde no este sujeto a absolutismo ni amos iluminados arrinconadlos. Buscan un sitio; un mundo donde es un hogar común. Donde el hombre o el País, no este dividido.
Toda persona, es un lugar de paso. Un sendero escabroso, pero siempre con el sentido de la permanencia. Debido a ello, tenemos que exponer nuestra humanidad para acogerlos como inquilinos, huéspedes, y facilitarle así su destino; su puesto en el mundo marginando tortuosas sendas Todos tienen que ser amparados: Ni raza ni religión ni credos condicionados o mediatizado: Que no son designios divinos.
Pienso que no se puede poner cerco a la libertad de opción. Que hay que erradicar las formas, razones trágicas que los han llevado a presentarse ante nosotros y pensar simplemente en lo que los han llevado a huir. A dejar su bandera atrás y acogerse a otros Países donde ya tendrá tiempo de distinguir los colores con la que le da el pan y la libertar. El vivir con cierta dignidad y sin temor.
No hay colores entre sirios, balcánicos, somalíes, afganos o irakies: Todos llaman a nuestra puerta porque ya han rebasado lo permisible; lo intolerable. Todos van encaminados a la aventura europea: Primero, para salvar su vida y segundo, labrarse un futuro mejor que haga olvidar hasta su aciaga procedencia. Que vuelvan a respirar otros aires que no sea la supervivencia para el y los suyos. Los que han sido masacrados, oprimidos, avasallados y torturados. Los tenemos aquí por lo tanto, es más fácil y humano acogerlos que repelerlos.
Ellos aspiran a una sociedad que ha desarrollado un patrón de vida, valores y principios que nos hace soportable y a veces hasta idílica la convivencia. Tenemos que comprender y asumir que ellos también desean ese patrón lejos de sobresaltos y busquen, aunque sea a mordisco, nuestro estatus social. Por eso arriesgan. Por eso algunos quedan en el camino; sean adultos o niños.
Niños; sobre todo, niños. Un Aylan cualquiera que no sabe nada de esta guerra. Que la única vanguardia de que dispone es la mano de su madre/padre aferrada a el. Chiquillos metidos en una contienda que no entiende Que siguen caminos sin saber el final. Niños que se preguntan el por que esta ahí. Que travesura ha cometido.
Decía Albert Camus, (Mondovi-Argelia, 1913/ Villeblerin-Francia, 1960) que “cuando la muerte se convierte en estadísticas, es que la humanidad no marcha bien”
Se nos llena la boca cuando proclamamos que no somos racistas ni xenófobos. Pero hay momentos que cuando nuestra comodidad social/económica la vemos amenazada, nos cuesta muy mucho demostrar esa tolerancia y tenemos que compartir ese trono en que dormitamos la siesta y nos encontramos tan feliz.
Tenemos que pensar en conciencia que no hay un Decreto Ley que impida la emigración y que la simple acción de poner alambradas en los campos o barreras en las vías del tren, sujete a esta gente que les han despojado hasta de su credibilidad. Los modernos desheredados de nuestro tiempo: Los parias de futuro incierto.
Nos están avisando de que son parte de una humanidad desesperada. Que de nosotros depende el resolver esta situación. Si no la resolvemos, siempre habrá gentes esperando en la otra orilla. Navegando a otro litoral donde aparecerán en sus playas otros niños que nunca sabrán las desventuras o aciertos de sus padres. Sin embargo, siempre estará satisfecho y orgulloso de esos padres que han rajado su piel a través de alambradas. Han corrido perseguidos tachándoles como delincuentes. Han implorando ayuda y comprensión y sobretodo, que no son culpables de su situación.
Habría que tener mucho cuidado en asentarnos en los parámetros de que son cosas que tiene que ocurrir. Que esta en el orden del día. Que el Mediterráneo es un coladero y el que quiera conseguir algo, que empuje. ¡No es así!
Cuando la gente emigra, es cuando ya no encuentra posibilidades.
Cuando ha estrujado sus seseras y no ha encontrado puertas abiertas ofreciendo algo Si a eso le añades el sonido de bombas y otros artefactos no contemplado en su guión vivencial, hay que comprender y apoyar; favorecer y ayudar a ese éxodo de personas huyendo de esos fragores. De ese infortunio en que no han tomado parte. Que entre ellos, se encuentran niños de tres años que han tenido la fortuna de no aparecer varado en una playa; enterrado por las olas: (Me atrevo a decir, que hasta el Mediterráneo, cansado de ser un depósito de ilusiones, viendo su cuerpo, soltó una que otra lagrima)
Tomemos conciencia de que nadie nos va a quitar nada. Que nuestro nacimiento es puro azar y nuestro merito es precisamente haber nacido en un entorno donde aun podemos defender nuestra dignidad. Una dignidad que esperamos compartirla con esos: Con los demás. Con los que arrastran sus ilusiones a través de límites divisorios.
Confiemos en que un día no nos veamos en la tesitura de estas personas de acarrear con la mochila a cuesta. Quizás, para entonces, tengamos que conformarnos con lo que nos echen o tengamos que recurrir a la exposición de un niño de tres años, ahogado y mecido por las olas para despertar conciencias.
Juan Marcelo
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