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He oído en la radio cómo la gente de un barrio se organiza, asesorada por expertos, en torno a las cosas sencillas, como la ocupación de espacios comunes, intercambio de experiencias, organización de actividades para niños, programas nutricionales para mayores y pequeños, en definitiva, en el empeño de cómo abordar y superar la impersonalización e incomunicación que la ciudad impone día a día a sus moradores. Algo que, a primera vista, parece poco significativo, pero que se torna necesario cuando de verdad se pulsa a la gente que va descubriendo sus carencias y reconociendo que la calidad de su vida aumenta a medida que participa y cumple lo previsto.
En el caso de Villaverde –Madrid-, barrio del que se trata, la iniciativa parte de médicos nutricionistas que colaboran con las instituciones sanitarias para mejorar las dietas de los peques, sacarlos de la comida rápida, y de los abuelos, que apenas comen lo que tienen al alcance de su mano. Los bares, las plazas y las terrazas son los sitios de encuentro y en ellos se intercambian fotografías en las que aparecen los protagonistas en plena faena regeneradora. Así sirve de motivación para introducir sugerencias y ayudas, consejos y aportaciones nuevas que la propia conversación se encarga de ir sacando del contexto para después poder aportar mejoras a lo intercambiado.
Pues bien, siguiendo esta pauta, no estaría de más la introducción en estos equipos, de especialistas en el análisis de los espacios urbanos y su interacción con las gentes que los habitan, como son los geógrafos, con el propósito de sugerir mejoras de cara a la convivencia, pero sobre todo a la hora de la planificación urbana de los barrios y los ensanches de las ciudades, con el fin de que el tedio que suportan los urbanitas sea suplido por la comunicación personal y así sobrevivir; poder superar los ambientes alienantes y depresivos, nacidos en torno a la monotonía y la mecanización de nuestros actos. No hay geógrafos en los ayuntamientos y son tan necesarios como otros técnicos de lo público.
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