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Veo mucha gente preocupada, incluso alarmada, porque cabe la posibilidad de ir a elecciones, y parece ser que nadie las quiere. ¿Habrá algo tan ejemplarizante como unas elecciones? Todo el mundo puede elegir y pronunciarse libremente y eso, aunque haya que hacerlo mil veces, es mucho más estimulante que estar diciendo que las elecciones son un problema y que ir a ellas es reconocer un fracaso. Nada de eso: elegir hasta llegar a un criterio de mayorías es la esencia de la democracia, aunque tarde en llegar… ¡qué más da! Lo importante es que nadie pueda dejarte mudo, dejarte fuera. Lo importante es el sistema y no hay que ser reacio al voto.
De esta manera me las veía yo el otro día hablando de la situación actual y por poco me comen. ¡Qué barbaridad, que pasión! Y luego resulta que el problema era menor: que se gasta mucho dinero, o que el país estaba paralizado, decía otro, que ni por asomo es un inversor o un mercantil. Es que la gente lanza opiniones y no las piensa bien, no se percata de que el impasse no es un inconveniente para la economía nacional, sino una garantía de salud política y democrática, sin la cual difícilmente una economía podría prosperar. Claro que la impaciencia de la clase política y la presión mediática impide estar tranquilos ante el impasse, pero ese no es el caso, sino siempre una interpretación del caso.
Hemos de estar tranquilos porque el impasse es una garantía, tanto de madurez democrática como de sensibilidad política; y a la sociedad española se la podrá juzgar más o menos frívolamente, pero no hasta el punto de ser irresponsable. El Reino de España, ante Europa, como antes pasó con Bélgica, se comporta con toda normalidad y seguridad, a diferencia de otros casos en los que las ansiadas mayorías han sido caldo de cultivo para la crispación, la exclusión social y la insolidaridad. Nosotros lo sabemos bien, las hemos tenido y sufrido más de treinta años y en ellos hemos perdido capacidad y clarividencia: capacidad de análisis y clarividencia de ideas.
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