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Opinión - Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor - 14/03/2022

La poesía en tiempos de guerra

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan, decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo. Gabriel Celaya

Almeria 24h
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La poesía en tiempos de guerra


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Las noticias son cada día más alarmantes. El coraje y el optimismo de Zelenski se contrarrestan con ataques en guarderías, en corredores humanitarios, en hospitales, en fábricas de pan. Lejos de dejarse intimidar por las históricas sanciones, Putin amenaza con armas nucleares y se acerca peligrosamente a Polonia. Europa sigue exigiendo nuevas sanciones económicas y mandando dinero para armar a la resistencia ucraniana, y EE.UU nos avisa de la catástrofe que sería tener que cumplir las amenazas de entrar en el conflicto si se cruza la línea roja. A pocos días de celebrar el día de la poesía, es inevitable no recordar los versos de Gabriel Celaya: Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan, decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.

Y mientras nuestros dirigentes, que no supieron, no quisieron, no se atrevieron o no les interesó adelantarse a los acontecimientos, recomponen el mapa geopolítico y nos aconsejan no encender la calefacción, que nos apretemos el cinturón, que nos preparemos para lo peor, la ciudadanía vuelve a demostrar la determinación, la valentía, la eficacia, la humanidad de la que las administraciones carecen.
Día tras día vemos expediciones relámpago financiadas con colectas vecinales, de ahorros personales, de ONG, para llevar alimentos, ropa, medicinas y rescatar a los desplazados que esperan asustados, angustiados, desesperados en las fronteras, en los campos de refugiados, en tierra de nadie. Estos gestos individuales son la poesía que reivindica Celaya, la poesía cargada de futuro, la poesía de los que toman partido hasta mancharse y dejan en evidencia a los neutrales, a los que se lavan las manos, a los que se evaden, a los que toman partido, como añade Paco Ibáñez cuando canta estos versos, partido hasta forrarse.

Y me pregunto por qué tienen que arriesgar estas personas sus vidas, su dinero, sus vehículos. Por qué si unos simples camareros, jugadores de rugby o monjas de la caridad, son capaces de organizar una expedición para atravesar el continente, llegar a una zona de conflicto y rescatar a todo el que pueden, no lo hace esa Europa en la que tantas esperanzas pusimos, y que en los momentos cruciales no ha estado a la altura. Por qué se han invertido 500 millones de euros en armamento y solo 90 en ayuda humanitaria. Por qué los militares, que no pueden entrar en el conflicto pero que tienen una gran preparación en este tipo de situaciones, no están organizando una evacuación controlada. Por qué no nos saltamos las normas para que los Cascos Azules de la ONU estén garantizando esta triste diáspora.

La única respuesta que se me ocurre es que para ellos, los estadistas, los economistas, los gobernantes, solo somos números, frías cifras, estadísticas. Y nos resistimos a ello, como Zelenski, y todos los ucranianos que tienen la ocasión en los medios de comunicación, y que están mirando de frente, a los vertiginosos ojos claros de la muerte, recurren a nuestros sentimientos, a nuestra humanidad, a nuestro corazón, para que pidamos acabar con la guerra, para que nos enfrentemos a nuestros gobiernos, para que exijamos la paz.

También intentan hacerle entender a los soldados que capturan, a las madres que los llaman de Rusia para saber cómo están, que en sus manos hay otra forma de hacer el mundo, de liberarnos contra la tiranía, contra el opresor. Un ejercicio desesperado por hacerlos despertar y mostrarles, personalizando en ellos, la solución y en a las víctimas el verdadero drama de la guerra. Las verdades de Zelensky no solo me recuerdan a Celaya, también a Lennon por hacerme imaginar un mundo viviendo la vida en paz. Y yo, que a veces soy un iluso, imagino.

El mismo día que se celebra el día de la poesía, es el equinoccio de primavera y se celebran, entre otras efemérides, el día de los bosques, del color, de las marionetas, del síndrome de Down. Pero lo más curioso es que también, desde 2010, se celebra el Día Internacional del Nowruz, una fiesta con 3.000 años de antigüedad y que conmemora el primer día del calendario persa. La celebran más de 300 millones de personas en Asia Central, el Oriente Medio y otras regiones, y fue prohibida en muchos países cuando fueron absorbidos por la URRS.

Nowruz significa “nuevo día” y representa la oportunidad, el renacer, el compartir, la solidaridad, el reconocer al otro como un igual, el respetar la diversidad cultural, la unidad de la raza humana, la libertad. La base para fortalecer la paz y la cooperación internacional.

Pues eso Vladimir, feliz Nowruz y feliz día de la poesía para todos los que toman partido, aunque sigamos tocando fondo, partido hasta mancharse.





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