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Dos meses buscando la palabra “emperifollado” y resulto ser “engalanado con exceso” Cuatro meses relacionando las definiciones de “cachivaches” y resulta que es una cosa de poca utilidad. Un año, escudriñando la exclamación, ¡Soy español! y en esas estoy cuando me surge el concepto testaferro.
Pegado a una baldosa de mi retrete me he quedado cuando me enteré que Urdangarín tuvo hasta seis testaferros cuando yo no he tenido el privilegio de gozar de uno. Gentes que manejan bien los palitos del Golf, tenía que tener como mínimo cuatro.
Si encuentro uno, mínimamente considerado – olvidaros de ésos que tienen césped y añaden un lago artificial para bañar a mosquitos – lo sumare cuando el servicio de admisión me reclame y exija cuantos testaferros sumo en mi currículo. Puedo contestar que ninguno o lanzar al aire que ignoro que es un testaferro detalle que en el Club de Golf, sería de mofas y escarnios continuos. Vamos: No es que te rechacen sino que te ponen en la lista negra de los caddies por si alguna vez vuelves huyendo de la apatía de las colas del INEM.
Es evidente que mientras los niños aterrizados en la clase media de Melilla pedíamos a los Reyes Magos muñecos de plastilina, los retoños de prosapia exigían en sus cartas a los mismos testaferros de Playmobil, simplemente para ir calentando/avivando el futuro. Así de preparados hemos llegados a la madurez que lo mismo destapas una lata de sardinas en escabeche que abres una suculenta cuenta en Suiza.
Seis testaferros tenía nuestro Urdangarín: ¿Alguien tiene la ligera idea de lo que es el despiste monetario que puede organizar estos Messis del regate al Fisco? Por lo regular, suelen ser de baja cuna o de alta cama. Todos ellos, serviles establecidos/condicionados.
La primera vez que oí la palabra testaferro, lo asocie a un cruzado en busca del Santo Grial, un energúmeno de yugos y flechas o a Gorila Rivera ocupando un sillón en la Real Academia Española.
Todo esto, por culpa de cuando yo estudiaba los verbos regulares porque los irregulares, me importaban tres cojones. Bueno; algunas cosas se me quedaron en el cable verde oscuro del cerebro para deducir que ferro, es hierro y testa equivale a cabeza. Tampoco hacia deducir en conmiseración los reglazos en mis manos de mi profesor, Joaquín Cano, donde en su desayuno, le metía pimienta en el chopper auspiciando cualquier testaferro de conveniencia.
Creo que los testaferros de nuevas hordas, viven furtivos, clandestinos, sino, gozando de tales privilegios, porqué no se atreven a presentarse como: “Hola a todos: soy un testaferro, por lo tanto, estoy en disposición de ocultar todo lo que no necesitáis saber”
Volviendo a Urdangarín y sus testaferros, donde en la cárcel lo van a freír/crujir a testarrazos, yo me indigno porque no dio entrada o cabida a ninguna testaferra. Se trata de otra discriminación de sexo ya que no hubo ninguna testaferra en su elenco y acabasen todas vendiendo Biblias a ateos para relegarlas al bochornoso ostracismo. Un País: Nuestro País, que tuvo Ministerio de Igualdad al frente de aquella fémina sacada de una esquina llamada Bibiana cuya aportación mayor fue discernir entre “miembros” o “miembras” o la santa madre que parió a aquella que vaticino que la igualdad entre hombres y mujeres, es el fin del mundo: “Es su decadencia y final de nuestra civilización”- dijo mientras saboreaba una paella en Utiel.
Consultado con mi profesor favorito, Cojonciano Ceropelotéz, me alecciona que un testaferro es una persona de mentalidad digna de estudio donde presta su nombre y poca decencia para figurar como titular en casos ajenos, en asuntos turbios, negocios fraudulentos o cuestiones jurídicos para salvarle el culo a quien le paga. Ahora me acuerdo de aquellos testaferros, llamémosle así: Oído en una Empresa Alimenticia en Gijón, donde el Empresario, echaba culebras por el hocico. “…”que le sueltas dos millones de euros en “negro” y va el tío y lo mete en el Santander porque regalaban un juego de cacerolas.
Al otro testaferro de confianza que le dices que te blanquee el dinero opaco y va el tío y lo mete en Deuda Pública. ¡Su puta madre! El otro, mi confidente, con cuatro millones de euros y lo ingresa en la Delegación de Hacienda de Mérida y para no ser tan extensivo el panorama, tres millones de euros en cuentas “b” y me va el atontado y lo invierte en sellos de Correos…”
Los testaferros, no son de confianza mientras el deudor acaricie barrotes. Ni con seis, nuestro Urdangararín, se ha librado de la sopa carcelaria aunque su menú sea servido por mujeres. Yo, necesito un testaferro ahora que sé lo que significa. No me olvido de mis congéneres pensionistas: ¡Necesitamos a muchos testaferros de otras índoles mucho más nobles y legales que muevan y agiten nuestras pensiones, a ver si así, conseguimos que suenen un poco!
Juan Marcelo
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