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Opinión - Juan Marcelo
(La Regadera) - 12/11/2017

CRUCES DE LA LEJANÍA

Almeria 24h
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CRUCES DE LA LEJANÍA


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Desde que la UNESCO nomino a mi profesor favorito, Cojonciano Ceropelotéz, embajador de brutal humanidad y tras pasar varios años conviviendo con la tribu de los Zumbaos, y otros años en la Aldea de los Piraos, ha recorrido los pasillos del Senado Español y ha llegado a la conclusión de que no es una especie a preservar, ni mucho menos, un patrimonio a conservar.

Uno, adentrado en su “soledad digna de los espíritus excelentes” se da un paseo por el Cementerio y deduce que tanto los pobres como los que han vivido en la opulencia, los gusanos son los mismos. Esos gusanos que devoran sus carnes, no brillan más que otros en sus tumbas, ni desprenden luces significativas de quien está enterrado haciendo distinciones.

Pienso que es la justicia fetén para valorarnos a todos por igual. La justa Justicia de morir en igualdad de condiciones no así de haber pagado los mismos impuestos estando en vida. Disfrutar de una justicia legal e imparcial de la que carecíamos estando vivos. Ya no hay personajes tóxicos que nos han embargado la vida. Que la muerte, por fin ha sido justa y no hace baremos de vidas anteriores y te puedes codear con aquel que viviendo, no ha respetado la tuya.

Cuando se llega al finiquito vivencial que algún optimista cataloga como vida, parece que ser que nos adoctrinamos para compartir cenizas, huesos y carnes muertas. Una etapa anterior donde unos tenían el poder de otorgar dones y ciertas mesuras a quien le adoraba. Castigando con fiereza a los que no se inclinaban a su presencia y resulta que ahora, te lo encuentras junto a ti, compartiendo nicho, tumbas o tierras como adorno.

Están los Cementerios llenos de seres de toda calaña que creían ser eternos que no fugaces. Gentes que creían ser imperecederos y acumularon fortuna, riquezas y ciertos oropeles pensando en que en su eternidad, igual les iba a ser falta.

Observo que las flores que adorna la opulencia, se marchita antes que las que se cambian con frecuencia a las que se les pone a un pobre. Hay algo de comprensible condicionante como si el sufrimiento gestado a través de su vivencia mísera, si hiciera cargo esas flores y su poder de resistencia las hiciera incombustible al sol y a la climatología. Ese clima que rodea su familia para que no le falte una flor muy consciente de su recuerdo.

Al rico, sólo se le recuerda por lo que ha dejado, sin embargo, ahí están los dos; el uno batallando por recuperar lo que ha dejado y el otro, descansando en paz una vez colgada la espada del surimiento. Gentes que dedicaron sus vidas a ser imprescindibles ante aquellos que soplaban al aire del alivio apenas se daban media vuelta. Seres a ordenar y mandar dotados de cierta supremacía hacia los demás dirigiendo sus narices como batallón a seguir.

Los que siempre han disfrutado de las mejores viandas y puesto de anfitrión con cetro de decisiones no cuestionados. Sus cómodos sillones y sequitos pendiente de que no se manche el babero y luciendo esa sonrisa de maldad propia de cualquier que piensa y determina que está por encima de los demás. Los que acumula poderes, riquezas y oropeles…, para su inmortalidad.

Lo único que observo y deduzco, es esa penitencia de que el pobre tenga que soportar la presencia del rico en un mismo escenario compartiendo los dos al mismo guión. (Que el uno mandando y el otro en continuo sometimiento, conlleven un mismo alma que algunos trogloditas reciclados, dice que pesa unos 19 gramos) Curiosamente, los dos, exhalaron el mismo último suspiro.

Claro que hay algo de misticismo en ello ya que el rico puede exclamar a satisfacción aquello de “que me quitan los bailado” y el pobre, por fin, puede aplicarse a esa satisfacción de quitarse la cuerda del cuello y no estar sometido. Ahí, estriba, pienso, que está la diferencia quizás sin ser conscientes los dos, de compartir la misma finca y que ningún gusano se atrevería a resplandecer en perpetua rivalidad hacia el uno contra el otro: Hasta los gusanos son equitativos.

La “señora de los ojos tapados” constantemente coaccionada por los vivos y cuya balanza nunca guarda el debido equilibrio, queda obsoleta y sin recursos cuando la otra Justicia, la de la guadaña ejemplar de la muerte, no hace distinciones en que le acompañe tanto las corbatas de sedas como aquel que siempre lleva un casco como protección. Curioso de que la muerte; la temida muerte, nos ponga a todos en sintonía.

Juan Marcelo




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