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Recuerdo arduas batallas dialéctica con mi profesor favorito, Cojonciano Ceropelotéz, para convencerlo de que Mario Vaquerizo es español y no un engendro Moai importado de la Isla de Pascua. Encuentro a mi regadera finalizando el libro: “Albert Rivera 155: ese hombre” y con los agujeros del caño dilatados y enfermizos, me pregunta: ¿Tu nunca te has fijado si tienes en tu rostro tu lado bueno? ¿He observado que en una parte ofreces un perfil agradable, encantador, y en la otra parte expones una cara que haría las delicias en hacerte una autopsia un forense de mofetas?
-Creo – le contesto sin denotar ira por su comentario – que todo mi perfil es tan genuino y propio que no admite variaciones. (Mi cara no es un tema del compositor, Giuseppe Verdi, con 61 variaciones diferentes) Este hecho, en mi época, resultaba que el plan de ligue que me proponía, veía como mis amigos acariciaban muslos prietos y yo me conformaba con acariciar el vaso del cubata escuchando, como premonición, “El pasaporte” de Los Brincos. Recuerdo a actores de aceptable perfil que fueron desechados por productoras de películas por que daban el aludido perfil recomendado pero su dicción y dialecto propio de la Región, no se adaptaba a las exigencias del guión y encima, las películas eran mudas y con subtítulos.
Aquella viuda, icono de la sexualidad de la peña, presentando a su último marido que exigía que la cámara enfocara su perfil bueno dado de que el perfil malo, era exclusivo de su cuarto marido. (Sin duda, estaba mejor preparada para la fotografía estática que para las imágenes en movimiento) La Tele, en blanco y negro y el NO-DO cada diez minutos, la “viuda alegre” nos confesó que todos tenemos un lado bueno y eso, me condicionó a pensar que mi frustración en el acercamiento a féminas de buen ver, no sabía yo “explotarlo” y resignarme a bailar siempre con la coja del baile aunque haya recibido el premio de campeona del Pasodoble.
“Pienso, luego existo, especulando que haya un Concejal de Urbanismo en Carboneras” que nunca he hecho senderismo para mostrar lo mejor de mí mismo. Cuándo iba yo a ligar - que ya lo consideraba Deporte de Alto Riesgo - ¿No supe enseñar mi mejor perfil? Quizás por ello: No me comía un colín en aquellas tardes de orquesta tocando “El Tiburón” y después, la digna resaca de un anacoreta? ¿Cambie yo mi destino por no haber sabido sacar provecho a mi imagen? ¿Adónde hubiera llegado yo en el caso de haber añadido mi lado bueno a mis otras virtudes más bien escasas? Igual ahora, estaría bien apalancado como Ministro de Educación con nuevos y surrealistas planes educativos haciéndoles la picha un lio a los profesores y resecando la vulva a nuestras profesoras. Todo ello, simplemente, por mostrar mi mejor perfil.
Recuerdo a aquel director de un periódico aragonés que me dijo que le gustaban mis artículos pero que mi perfil…, ¡no se ajustaba a su Línea Editorial Física! Que mi cara, ya no se llevaba y había quedado obsoleta. Saque la conclusión y resumí que mi cara, no acompañaba a mis escritos; y que tampoco era yo un Manuel Marín Ferrand de perfil inescrutable. Le presente un ensayo sobre “Las Metamorfosis de la Ranas con Menopausias” y me dijo que lo que más le gusto, era la palabra FIN. Le expuse mis huevos sobre la mesa como perfil más latente y potencial y me vi bruscamente arrojado a la calle por el linotipista porque tampoco ese perfil le seducía para publicarlo.
(sic) Me resigne a seguir escribiendo para la Revista “Cierzo” de Andorra-Teruel, procurando que nunca vean mis “variaciones” sobre una composición de Verdi.
Aun tengo dudas de que perfil hablaba aquel director: Posiblemente, se trataba del suyo pero no me voy a calentar más: Aquí parece ser que se habla del lado bueno del físico y nunca me ha dado por descargarlo pero recomiendo que si alguien se mueve por ahí entre pretensiones ambiciosas y legítimas, sepa que dispone de esa baza. Que sepáis que hay algo que esconder como si se tratara de una cuenta en Suiza.
Creo que ya forma parte de nuestra vida (lo explique en artículos anteriores) eso de hipotecarse y mostrar un perfil aparente. Que no vean tu lado malo y te trasladen a escuchar “El pasaporte” o ser el quinto marido de la pertinaz viuda. Tu lado bueno, confiable; muy propenso a hacer un marketing de honradez y siempre, muy cuidadoso, de que el lado malo, lo dejes a custodia y cobijo a la Factoría Conferencia Episcopal, especialistas actores de circo en mostrar varios semblantes para cada situación.
No soy yo muy dado a exponer mi mejor perfil (insisto en que no sabía que lo tenía) e ir por la calle Sorbas fijándome en sus números simplemente porque es el bueno que me “resplandece” y por lo tanto; el mejor que me favorece: No altera mis “cuestiones”
-¡Amén!- asiente mi regadera mientras no deja de explorar y escudriñar insolente y con cierta impertinencia, mi rostro.
Juan Marcelo
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