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Es lo que siempre he deseado: Una sociedad sin problemas económicos. Ya no hay desahucios ni desigualdad social. Los parados ya no existen y el desempleo, la sanidad, los servicios sociales y la educación en sus recortes, han quedado como testimonial. La crisis la hemos desterrado y nuestros jóvenes ya no emigran. Un País idílico para vivir. Pero no todo en base a una gestión de lo bien que nos gobiernan sino a través del Desafío Catalán que ha obrado el milagro.
Llevamos semanas en un Paraíso donde no ocurre nada que negativamente atañe a nuestra sociedad. Estamos viviendo en una Nación donde la sociedad vive una apacible convivencia sin verbos añadidos.
Donde a nuestros seniles ancianos, le han revalorizado la pensión, el machismo asesino se auto inmola y nuestros políticos han optado por repartir al pueblo el dinero que han acumulado con sus mentira. Todo este milagro, lo ha conseguido un simple incendio en un rincón de España. La sardana catalana, con sus banderas, manifestaciones y desafíos, han conseguido que el resto de los españoles, fijemos nuestra vista a escudriñar la otra cara oculta de la luna y nos ha sumido en una placenta y hasta seguro refugio donde todo es armonía y placidez ya que no hay ningún problema tanto social como económico que despierte nuestra eterna ira.
Lo que ocurra en otros mundos, nos importa tres leches. Que los votantes de Trump o Rajoy aun viven sin remordimientos, no pasa nada. Otro que en vez de cuidar su horrible peinado lanza misiles, no pasa nada. Pequeños refugiados todavía preguntando que travesura han cometido, no pasa nada. Iluminados bajo ideales religiosos masacrando a personas que no conocen, no pasa nada. Aquí estamos nosotros que durante unos meses vivimos sin problemas y que nos dejen así mientras esperamos con cierta suficiencia y entereza el “cambio climático”.
Lo malo es que esta apacible estabilidad - va a durar menos que un monaguillo rebelde en la sacristía - que no sabemos si nuestra reposada quietud va a durar menos que una urna y nos toque fabricar cajas de zapatos pero tampoco nos vamos a desesperar ni enfadar dado que si en estos meses el País solo ha vivido pendiente de lo que ocurre en un escondrijo y hemos superado todo lo negativo que arrastrábamos, es buena señal. Medio año, aluden algunos, que vivimos “por encima de nuestras posibilidades” y si el problema catalán se resuelve vista las reminiscencia tan grata que nos ha dejado, ojala haya cada año otras Comunidades “desafiantes” modelo País Vasco, Galicia y hasta Villanueva del Trabuco que hagan lo mismo.
En esta España de camareros al Sol, llevamos meses en continuo mutismo. La única palabra que pronunciamos es el reto soberanista catalán y yo, sinceramente, aplaudo esa iniciativa oral dado que los demás problemas nacionales ya están solucionado y no es motivo de alarma social. Veo con complacencia como los políticos de aúnan y abrazan y eso es bueno para el pueblo ya que demuestran que juntos, y en el futuro, se avienen a no volver a arruinar un País que no soportaría otra crisis en que ellos nos metieron. Que prometen no sucumbir a su “verdad” y pronunciar la palabra “democracia” como si ellos fueran sus forjadores. Seguro que el enunciado catalán, ha servido para fortalecer vínculos patrios entre “figuras” políticas de distintas formaciones que antes de ese desafío, se condenaban a escuchar a Carlos Herrera en su “onda”. Por eso, entiendo y celebro esos actos previniendo un futuro mejor aunque la población siempre recuerde que durante meses, la afonía verbal le han embargado y solo tenía una palabra que era Cataluña.
Después, es de imaginar que volveremos a despertar nuestras neuronas y hagamos un recuento/balance de todo lo que nos ha costado este apacible sopor: Si era preferible nuestro mutismo sobre otras cuestiones más acuciantes que olvidaron/olvidamos o tener que pagar por un País roto y encima dividido. Sería prometedor que el último Consejo de Ministros, se haga a bordo de una piragua sobre el rio Ter, conmiserativos de que los “hunos y los otros” que decía Unamuno, llegasen a entenderse: Acoplarse a la “revolución de las sonrisas” Los unos, tipo mili, exponiendo su País como grado a la antigüedad mientras otros asumiendo su política, exponen su grado a la ambigüedad.
Juan Marcelo
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