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He acudido presuroso a cambiar cualquier identificación concerniente a mi persona para que en el apartado destinado a creencias religiosas, eliminen lo de convencido agnóstico para poner en su lugar ferviente cristiano. Yo ya sabía que nuestro Ministro del Interior en funciones, era de misa diaria y comulgaba con asiduidad con el instigador y siniestro Rouco Valera y no me sorprende en dejar patente mi anuencia cuando reflexiones hecha por este ministro, me trasladaban a la Edad Media donde el simple hecho de suspirar sin tener una cruz al lado, era condenado al fuego eterno: Tiemblo al pensar que este hombre tenga acceso a mi carnet de identidad. El pánico me embarga recelando que también controla a mi familia.
Familia que ahondando en el árbol genealógico, no he encontrado resquicio de grotescas vestimentas ni mucho menos, exponer con orgullo su homosexualidad y eso ha calmado mi desasosiego no por el hecho de que hayan sido homosexuales colgando de un armario sino por la exclusiva de su orgullo.
A estos esfuerzos mentales me ha condenado Jorge Fernández Díaz. Frases como que “la homosexualidad es la decadencia de la especie humana” “La pervivencia de la especie humana no estaría garantizada” “La homosexualidad es una patología que se puede curar” “La homosexualidad es una anomalía” y otras lindezas secundadas por su verbo fácil pero ciertamente atronador/desquiciado.
Por lo visto, muy pocos se han alarmado teniendo a un Ministro del Interior español con esa mentalidad. Otros pocos, habrán aludido a la tan cacareada libertad de expresión y al dedo que otorga. Otros callan, reflexionan, analizan. El Clero aplaude y se esconde pero dejando sombras.
Mientras la calle arde de indignación. Mientras los desordenes sociales son patentes en el día a día. Mientras las mafias extranjeras buscan su particular Edén en nuestro País.
La inseguridad ciudadana. Múltiples y generalizadas protestas ante tanta incertidumbre.
Mientras las fuerzas de Seguridad se ven impotentes viendo como tras arduas y peligrosas misiones, el delincuente sale libre (¿con cargos?) por la puerta principal del Juzgado, el ministro se enfrasca en aseverar lo pernicioso que resulta para la sociedad la homosexualidad y “las consecuencias de ese padecimiento/dolencia”
Consulto con mi Regadera y me ilumina:
-. No te martirices: – arguye la misma - Tienes suerte de que se trate de un simple Ministro del Interior. Habría que imaginarlo con poder decisorio global o hacedor de Decretos. Cualquier abrazo o gesto cariñoso en la calle entre dos personas del mismo sexo, seria condenable. Los reincidentes pasarían a aumentar la población de Madagascar o Australia. El beso amigable entre los mismos, seria un atentado reflejado en el Articulo Pi - Plegaria 3 Salmos14 Aleluya 16, que pasarían a ser recluidos en el Sanatorio Psiquiátrico “El palomo Cojo”
- ¡Claro! – corroboro - Ni que decir tiene de un tocamiento fogoso: ¡Pobres criaturas! Condenados a servir la cena a algunos obispos y cardenales de oronda figura y de miradas lujuriosas a acólitos. Muchos, los convictos de sotanas, no lamentaran haber salido del armario encontrando esos “designios divinos” una vez descolgado de la percha: El negro uniforme les ampara.
Sigo con mis reflexiones y analizo la cuestión: ¿Cómo es posible que a todo un Ministro del Interior, no se le halla sometido, antes de ejercer su cargo, a un examen psíquico? ¿Cualquiera vale cuando esta en juego nuestra propia seguridad? ¿Se puede permitir un ministro poner en cuestión el derecho al honor, la intimidad, la dignidad, la libertad religiosa, la propia imagen de los que no navegan en el crucero selectivo que ha organizado Fernández Díaz con sus declaraciones? ¿Sabe lo que es un atentado a la igualdad? ¿Ha oído hablar algo de la exclusión social por el hecho de ser “diferente”?
Muchas explicaciones podían dar el ministro pero vemos con estupor como soslaya las mismas y saltara con otra parida. Esquivara tener que responder y hábilmente nos contara ventura y desventuras de los mártires de la Púnica y otras tramas urdidas que él, como Ministro del Interior ignoraba y que se le podía observar en pleno éxtasis, rogando para que la gente no conociera el destino de los once mil millones de euros que se le dona a la Iglesia Católica por esparcir a la población sus cánticos rellenos de ancestrales oscurantismos.
De sobra sabe el ministró que este País esta condenado a dar explicaciones para todo, si bien, a veces, como el tema de la homosexualidad, el ministro se salga de madre muy bien aleccionado por la entonación de cantos eclesiásticos que acuden con demasiada frecuencia a su sesera.
Por otra parte, rebusco el orgullo de un homosexual e intento suavizar ese concepto de autoestima descartando la jactancia, la pedantería o vanidad aunque quizás mentes reculas, la asocien y exclamen; “y todavía se sienten orgullosos…” Bien se podía cambiar ese orgullo y tapar bocas por “El día de la diversidad sexual” (creo que ya existe) que sería más apropiado y dejar ese penitente slogan más aislado/desplazado que Fernández Díaz en un Congreso de Ateos.
“Sé quién eres y di lo que sientes porque a aquellos a quienes les molesta, no le importa y a aquellos a quienes les importas, no les molesta. (Dr. Seuus)
Juan Marcelo
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