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Claman al cielo las palabras de Rajoy, esté donde esté. Lo último en Ourense: a sus continuadas dosis de cinismo (¿Bárcenas?… no sé de qué me habla), despotismo (clausura sus sentidos frente a los refugiados) y mala educación (deja a Sánchez con la mano extendida, delante de la prensa gráfica), hay que añadir ahora su petulancia, hay un petulante en la sopa. Como cuando aparece la mosca en el plato, Mariano aparece de esa manera desagradable y sorpresiva a la vez. Habla Rajoy de sí mismo a costa de los demás; los demás son todos los demás, pero él hace la referencia figurativa aludiendo a la nueva izquierda -> Podemos+IU+UP.
Dice a sus fieles que él es garantía para un gobierno sensato frente a una pandilla de aprendices, cosa que sale muy cara. Su petulancia le lleva a una afirmación a priori que automáticamente descalifica al otro sin ninguna cuita. Establece una comparación partiendo de un craso error: el pensar que él es la única garantía para este país.
Infravalora la nueva izquierda quizá porque ve en su estética un aspecto que nunca le ha gustado a su estilo funcionarial y cateto de ir como Dios manda. Probablemente piense que el ideario y las medidas que surjan de la alianza signifiquen una amenaza a su forma de vida egoísta.
Pero lo que más repugna de este sujeto es su figura ficticia de hombre de bien, su prototipo españolista; en definitiva, su vacuidad, porque ya es hora de acostumbrarse a las formas de los demás, de esos de los que uno se puede fiar siempre y cuando no tengan piojos, enjuagues en Venezuela o en Irán. Esos, de los que hay que guardarse, son los de siempre, ahora disfrazados de jóvenes intrépidos, que representan a la izquierda comunista, como les gusta decir a los jóvenes voceros del PSOE, posiblemente para distinguir entre una izquierda buena, la de ellos, y la izquierda perversa, la que no es la de ellos. Como veréis, da verdadera pena seguir oyendo estas cosas, esta intolerancia, esta intransigencia, esta falta de educación democrática.
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