|
|
| PUBLICIDAD
|
Con esta expresión, tan española, queremos conseguir lo contrario de algo. En la dictadura de Franco se decía para anhelar su desaparición. Y ahora puede venir a cuento porque si en realidad no se quiere dar la vuelta, no es necesario vérselas con los que quieren que algo cambie para que todo siga igual –la propuesta de Rajoy, la juguesca del PSOE y, cómo no, el pseudo liberalismo de Rivera- porque todo sigue igual, y seguirá, si no se es radical y, desde la raíz, se corta el sistema establecido, un estilo político que rechaza la gran mayoría de los españoles.
Desde Salvador Allende no ha habido una respuesta que, por la vía de la democracia formal, pudiera verificar la expresión de marras, y poco duró la otra cara de la tortilla porque las bombas de los aviones del ejército nacional tuvieron la última palabra aquel otro fatídico 11 de septiembre de 1973. Bien es cierto que en Europa Enrico Berlinguer quiso antes algo parecido, pero el poder de la URSS era tan fuerte y el dogmatismo era tan duro que el internacionalismo impidió el resultado apetecido y esperado.
Desde entonces, desde Allende y Berlinguer, no ha habido nadie que de verdad haya querido darle la vuelta. Los comunismos europeos y sudamericanos han sido fieles a las viejas consignas del materialismo dialéctico y, en cierto modo, esos comunismos se cerraron en sí mismos pero dentro de la vorágine del capitalismo que se convirtió en su tutor y, encima, los subvencionó, a ellos y a sus sindicatos, lo que les hizo abrazar la democracia como mal menor y, por tanto, murieron siendo reformistas -> lo que ahora son.
Quien de verdad ha puesto, con un lenguaje de actualidad, el dedo en la llaga ha sido primero Tsipras, y ahora, en nuestro país, Iglesias. Con el nuevo lenguaje de la izquierda se ha accedido a la ruptura o, al menos, al aviso de ella. La tortilla puede dar la vuelta sin necesidad de tutelajes y por imperiosa necesidad, la de superar una situación desacorde con el desarrollo intelectual de los españoles.
|
