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Opinión - Ramón Bogas Crespo
La mirada de la Fe - 16/01/2016

NIETOLANDIA

Almeria 24h
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NIETOLANDIA


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Algunos de mis mejores amigos han tenido la experiencia reciente de ser abuelos. Dicen que es de esos momentos vitales que “tocan el alma”. De hecho no hay nada como ver sus caras. A esos amigos que prometieron no “enchocharse” con su nieta he tenido que recogerle más de una baba. En una sociedad como la española con casi la menor tasa de natalidad del mundo, el nacimiento de un niño, es una “revolución” para toda la familia y un gozo inmenso.

Pero de la mano de esa escasez me temo que vengan algunas de los problemas que últimamente detecto en las familias de mi entorno. Recuerdo que pregunté a mi amigo Eliseo cómo habían ido sus vacaciones familiares en Barcelona y, con suspiro de alivio, me dijo: -“Pues ya sabes, Ramón, NIETOLANDIA”-. Se refería a esa circunstancia familiar en la que todo está enfocado a los niños de la casa; ellos marcan las prioridades; deciden los destinos; centran todos los temas de conversación… llegando en algunas ocasiones a la “dictadura de los pequeños” sobre sus padres y abuelos.

La circunstancia de ser “medio niño” por familia está provocando, en algunas circunstancias, un amor en exceso. Toda la familia pendiente de cualquier palabra que empieza a decir, o de sus primeros pasos, o de su estado de ánimo… todo un sistema familiar pendiente en demasía de un niño que sabe que todo está siendo valorado y, desgraciadamente, concedido. Algunos psicólogos hablan de que los niños de hoy están “sobreprotegidos en lo superfluo y abandonados en lo esencial”. Este amor excesivo y el estar demasiado pendiente del “rey de la casa” puede producir el efecto bonsái, ya que de tantas miradas y personas a su alrededor, el árbol no puede crecer en libertad y desarrollarse plenamente.

No pongo en ningún momento en duda que todo se hace por amor. Pero, a veces, amamos mal. Una cosa es estar al lado de las personas y otra bien distinta, estar encima. La personas necesitamos el amor de nuestra familia, el sentirnos acompañados pero no agobiados. Y es que sólo crecemos interiormente “en salida”, explorando territorios distintos a nuestra zona de confort, equivocándonos y sobre todo viviendo nuestra autonomía: una autonomía que empieza ya en los primeros pasos de nuestra vida.

Soy consciente de que es difícil el equilibrio, y que podéis decirme que es fácil dar consejos cuando no se tienen hijos, ni nietos; pero como observador de la realidad me temo que ya estamos sufriendo las consecuencias de NIETOLANDIA: esa sociedad que de tanto amar y proteger ha acabado siendo rea de la dictadura de unos niños que saben cómo doblegar a sus educadores.

El único modelo de amor perfecto que conozco es el amor de Dios: un amor incondicional que respeta la libertad; un amor gratuito que reconoce la autonomía del amado; un amor sobreabundante que, a la vez, hace más grande al hijo amado, sabiendo estar al lado pero no encima ni empequeñeciéndolo. En este mundo tan complejo de la educación y del amor revisemos algunas de nuestras actitudes y acciones porque, a lo mejor, estamos amando mucho pero no bien.

P.D Un abrazo enorme a todos mis amigos abuelos y a todos los abuelos del mundo




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