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Opinión - Juan Marcelo
(La Regadera) - 08/01/2016

LAS LUCES DEL PAVO

Almeria 24h
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LAS LUCES DEL PAVO


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Es curioso cómo hemos llegado al paroxismo de humor a través de las desgracias ajenas. Siempre nos reímos de esas personas en que todo les sale mal. Que ejerce su buena voluntad pero siempre hay una pared donde tropieza. Un humor acido acompañada de carcajadas que es muy frecuente en nuestra sociedad. No hay una hilaridad mayor que ver el fracaso de los demás. Hoy no le toca a una persona sino a un animal

Un pavo, transitaba por mi calle, Goya, en estas fechas navideñas: Miraba de reojo a diestra y siniestra en continuo y tradicional mosqueo sin que nadie que se acercara a él ni le molestara. Viendo su continua precaución y reservas, trate de tranquilizarlo haciéndole la ola. El pavo, agradeció ese conato festivo que disipaba en parte sus temores y siguió su camino hasta desaparecer por la esquina del Colegio García Lorca. Las luces del pueblo, lucían menos que otros años debido a recortar sus gastos y más se asemejaban a unos sacos de piedras que al alumbrado festivo en sí. Me preguntaba que fue de aquellas luces de 100 vatios en que podías ver la marca de una colilla de un cigarrillo en la distancia. Ese recorte en vatios para no gastar mucho mientras parte del País roba y gasta a mansalva con muchas luces; sobre todo con la ilusión que tienen otros menos afortunados que permanecen en la opacidad. No es lo mismo robar con conocimiento de causa como hacen los hijos de papas pudientes, que derrochar vatios inútiles en darle una alegría al pueblo llano. Ese pueblo llano que necesita más luces para tener un empleo sin necesidad de dar pasos oscilantes y poco firme como el citado pavo previniendo su desastre en estas fechas pasadas.

Ese pavo que mostraba incertidumbre en su futuro, debió de hacerle pocas gracias que alguien pueda imaginar su habitual mosqueo con unas luces del cuarto menguante mientras la realidad lo lleva a contemplar en el otro lado del espejo un creciente cuarto mangante. Ese pavo, temeroso de esas inconfundibles luces de Navidad y que tiene la propiedad de cuando oye la palabra Thomas Edison, pone el pico en salvaguardia y sale a relucir todo la excitación y furor que le produce el despreciable inventor de la bombilla. Aquel proyectista que no calibro que su invento serviría para que el, como pavo, lo utilizaran como manjar en una mesa: La tenebrosa bombilla, que sin esperar ningún cuarto creciente, le puede achicharrar.

Ese pavo que ve como ya ofende los Belenes, las campanas, previene contra el estreñimiento del turrón y hasta pinchan los globos de Papa Noel. Optamos por considerar el progreso como algo añejo: Tan viejo y manido como darle un empujón a un cura o desgajarle su palmera en Semana Santa. Que hemos llegado a considerar el día sagrado aquel en que no se trabaja y nos disponemos al ocio porque si hay algo sagrado, es la Fiesta Laboral. Venga de donde venga, dejamos nuestras herramientas que nos sustentan.

No trato de resolver aquí sobre asuntos íntimos o personales sobre una religión que encumbra la Navidad como algo propio. Que indica que secularmente, es suya. Se puede ser perfectamente ateo, agnóstico, fiel seguidor de Mariano Rajoy o discípulo de 13-TV. Se puede dialogar sin necesidad de callarse mutuamente. Cada uno con lo suyo. Desde el respeto y la compresión. Comprensión que pide un pavo que pide que antes de su sacrificio, analicen todo su recorrido ideológico que profesaba y su tendencia social. Que no quede simplemente su imagen para festejen algo y encima degustarlo.

A mí, estas fechas pasadas, me provocan cada vez más, un sentimiento encontrado. Años virginales donde el turrón duro era muy duro, el pavo campeaba libremente sin sobresaltos mientras un dictador, inauguraba charcas. Un encontronazo entre la repulsa del festejo y el saludo a familiares desconocidos. Que siempre me hallaba reprochando esto o aquello. Quejándome de novedades que en mi cerebro no entraba sin darme cuenta de que entraba en una espiral del conformismo que me iba a tragar e iba condicionando a nuevas generaciones familiares.
La “era del pavo”, entro después: Cuando ya no había más remedio y no se podía atajar sino madurar con ella.

No sé nada de las andanzas de ese pavo extraviado que pasaba por mi calle. Es muy posible que haya salvaguardado su integridad física y celebrándolo, se haya sumado a la Cabalgata de Reyes. Esos Reyes en que los niños de cinco años han dejado de creer mientras los que han cumplido los cuarenta, todavía creen en ellos y no conforme con ello, les dice a sus padres que no se olviden de echarle la carta. Ese pavo que ha salido este año indemne en su lucha por la supervivencia y que voces fiables de la población aseguran haberlo visto deambular por sus calles y que bajo sus plumas, ocultaba armas de defensa que algunos dedujeron que era un rollo de de celo y una lata de cola y que se dedicaba con firmeza y decisión a repegar los carteles morados de un tal Pablo Iglesias que el constante e inoportuno viento despegaba.

Ese Pablo Iglesias que anuncia que repartirá mochilas en vez de carteras y que los políticos hispanos encerrados en su torre de marfil, lo ven como una amenaza latente. Políticos que asumen que hace de su política un cómodo oficio haciendo constante oposiciones a tertulianos. Quizá, ese pavo, contento y esperanzado de que años posteriores no se tenga que ocultar y que observe con satisfacción y esperanza de que haya muchos más que le hacen la ola y le limpie el corral sin prepararlo para sacrificio al mismo tiempo de que también se ilusiona para que también limpie los corrales de escombros dejado por el bipartidismo. Ese tenebroso corral de políticos sin criterios pero muy cuidadosos de conservar la tradición de exponer en fechas señaladas, un pavo distinto en la mesa.

Habría que tener cuidado por no reírse de las desgracias ajenas aunque se trate de un pavo. Un pavo capacitado después de muchas luchas para exponer ideas y compromiso que puede hasta cambiar un País. Un pavo de color morado que seguro no es manjar de un día.

Juan Marcelo




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