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Opinión - Juan Marcelo
(La Regadera) - 07/06/2015

COJONCIANO CEROPELOTEZ

Almeria 24h
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COJONCIANO CEROPELOTEZ


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Siempre apelaba que su sonrisa era producto de su venida al mundo. “Normalmente,- decía muy convencido – que si no hubiera nacido, difícilmente podría darse el gusto de pasar del lloro persistente a la risa placentera y eufórica”. Reconocía que influyo mas sus lloros y malestar en sus días de ser un bebe, que pasar a un estado donde no diera tanto el “coñazo” Ser el protagonista de algo en sus cortos días de vida, era su meta ya lejos del vientre materno. Concebido como un bebe normal y sin trabas, era el orgullo de la familia y presentaban al mismo como hacedor de buenas venturas en ese entorno de cariño y amor. Erigido como precursor de la estirpe de los Ceropelotez, era muy mimado por sus allegados que condescendían y acataban sus travesuras como cosa típica de un bebe.

Llegado ya a la edad de 19 años, Cojonciano Cerpelotez, opto por reírse solamente de lo que le salía de las cuestiones. Sus carcajadas eran mostradas solamente por lo que le resultaba, a su entender, hilarantes o jocosas. Situaciones divertidas, chanzas o secuencias disparatadas, era jaleada con alborozos por Cojonciano mostrando así, la gracia que le hacia de lo escuchado Por el contrario, mostraba desden y reprobación para quien narrando cualquier situación o parodia divertida, intentaba llevar a los demás a la risa fácil, Conjonciano permanecía en silencio, serio y deseando taladrar con sus ojos a aquel que alumbro esa lindeza sin sentido – en su opinión – y de mal gusto. Mientras los demás jaleaban, comentaban, o simplemente reían dicho chascarrillo, el permanecía en silencio con gesto adusto, malestar interior y cara de circunstancia.

No reírse a la par de los demás, despertaba cierto recelo en el grupo. No estar en sintonía, el grupo no lo podía permitir. Eso le granjeo innumerables secuencias desagradables:
El estudiante israelí, Menuddo Mammon, componente del grupo de Conjonciano, expresaba su malestar por las reiteradas circunstancias en que el mismo, el amigo Ceropelotez, se aislaba dando a entender que el chiste u ocurrencia o no lo comprendía o simplemente no tenia por que forzar ni siquiera una mala sonrisa de circunstancias. No le hacia gracia. “Por lo visto su exquisito,- exponía con cierto desden –sentido del humor no quería ponerlo en entredicho” “Que no se arriesga…”

-. No es de recibo – mostraba su desacuerdo el alumno de medicina portugués, Passao de Vueltas - que un chascarrito o chiste que cuenta un compañero Cojonciano se exhiba y no corrobore o comparta las carcajadas y risas que los demás tenemos a bien expresar. ¡O nos reímos todos o apagamos la candela!

Macareno Giraldéz, becario sevillano, sentenciaba:
-.¡Es que parece ser que el amigo Cojonciano esta en posesión de la verdad!. ¿Que le cuesta reírse al par que nosotros? ¿Es que es un Profeta venido a menos? ¿Quien cree el que somos nosotros? ¿Mera comparsa? ¿Palmeros?

El chistoso y jerarca del grupo, Gafancio Malafolla, aquel al que todos recurren como ultima tentativa para programar o decidir donde se reúnen o donde van esa noche. El valladar de iniciativas y derroteros que guía a los compañeros en los momentos de indecisiones de los componentes, fue más lejos en sus apreciaciones en la figura de Cojonciano:

-. Yo no puedo esforzarme en improvisar una ocurrencia risible o parodias divertidas sin contar con la generosa carcajada de Conjonciano. Detallo secuencias y situaciones para hacer reír a un camello y cuando mi mirada se fija en el, todo mi alborozo se me torna en una mueca desagradable difícilmente disimulable. No se que vamos a hacer con el. Creo que la solución seria matarlo e improvisar algunas secuencias divertidas del acto. Entonces, seria lógico comprender por que no se ríe.

Otro compañero del grupo, más sensato que el resto, el estudiante de origen greco-chipriota Darporculuus Konstante, se esforzaba en entender la postura de Cojonciano aludiendo una infancia llena de vicisitudes y carencias y podría comprender que solo se riera de lo que le saliera de los huevos. No tenia por que esforzarse en quedar bien.

A pesar de encontrar dentro del grupo con un único defensor de los cinco que encuadraba el citado grupo, Cojonciano, denotaba que sus mismos compañeros; esos compañeros que antaño habían asumido y aceptado que solo se iba a reír de lo que realmente le haría gracia, le hacían el hueco y ya no contaban con el como en otros tiempos donde era respetado y querido por su sincera y honesta trayectoria social en ese entorno amigable. Siempre dejo claro que el no se ríe por que una persona tropiece y dé con sus huesos en el suelo. El se ríe viendo la expresión de esa persona en el momento de incorporarse observando inquieto y preocupado quien le ha visto caerse.
El sentido del ridículo era parte de sus arrancadas a la carcajada.

Con el paso del tiempo. Cojonciano asumió que ya no contaban con el. Que ya no le llamaban para una fiesta o reunión en compañía de su grupo. Que los mismos, ya pasaban de el. Solo y aislado, la situación adquirió en su ego, en su persona, un sentido pseu-dramático personal. O cambiaba su forma de ser y ayudaba a sus amigos con sonoras y estridentes carcajadas aunque lo le hiciera gracia o se vería envuelto en un laberinto de autoestima y desolación difícil de digerir.

Días tras días de reflexión y agobiante meditación, tomo la resolución de acatar las directrices del grupo y opto por reírse de todas las ocurrencias o chascarrillo divertido o nefasto que ofrecieran sus compañeros en un acto solidario para con ellos.
Para tal fin, no dudo un día en una reunión, en someter a sus compañeros con atronadora y estrepitosa carcajada cuando el gracioso de turno se le ocurrió el siguiente chiste:

-.Javier Arenas va a una zapatería y pregunta; “Muy buenas, ¿Tienen ustedes zapatillas?” El dependiente le contesta; “Muy buenas” - Javier insiste-: “Muy buenas, ¿Tienen ustedes zapatillas?”

Todas las miradas del grupo fueron a parar hacia Cojonciano y sus carcajadas.

Ellos no habían comprendido el chiste pero ahí tenían al compañero, al amigo, al de siempre que había vuelto al redil ofreciendo sus risotadas a los demás. Todos se volcaron en salutaciones y parabienes hacia el. Golpecitos en las espaldas, felicitaciones y proclamas de bienvenidas en torno al nuevo Cojonciano.

-. Pues si…-oyó comentar Cojociano a otro compañero – Estoy firmemente convencido de que el Piramidal Rajoy, nos sacara de la crisis.

El suelo de la Taberna donde se hallaban, recibió la figura de Cojonciano que entre estertores de agonía se revolcaba entre baldosas en un ataque de risa que no podía controlar. Era el chiste más gracioso y que el no esperaba.
Las mandíbulas desencajadas. Mirada inexpresiva mirando fijamente al techo. Como si se hubiera confluido el espanto con la ignorancia.

Así murió Cojonciano Ceropelotez. Era más de lo que podía soportar: Llevo su risa en apoyo a sus compañeros hasta las últimas consecuencias.

Juan Marcelo




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